José Gregorio Hernández Cisneros

Qué venezolano no ha oído hablar del Doctor José Gregorio Hernández. Cuántas veces cuando éramos niños escuchamos a nuestras abuelas y a nuestras madres pedirle que interviniera para la mejoría de una enfermedad, una cura oportuna que permitiera solucionar algún problema de salud de un familiar o de un amigo cercano. Muchos de nosotros tenemos en nuestras billeteras algunas estampitas con oraciones para nuestra querida Virgen María, para el Corazón de Jesús, algún santo particular, incluyendo a los ángeles de la guarda; Pero también entre estas estampitas estoy seguro de que no falta una del Doctor José Gregorio Hernández con una bella oración que en momentos de angustia la sacamos y con mucha fe y esperanza la leemos callados, pidiendo la ayuda necesaria para enfrentar algún problema que se nos presenta en el camino.   Estoy convencido que todos aquellos que creemos profundamente y que vivimos con nuestras preocupaciones diarias pedimos que nos den la luz que necesitamos en un momento dado.

Aún recuerdo la primera vez que mis padres me llevaron al Santuario del Doctor José Gregorio Hernández en Isnotú, estado Trujillo, Venezuela, para cumplir alguna promesa. Sinceramente, no entendía bien de que se trataba, pero la devoción con que rezaban era digna de respeto. Para mí el santuario era acogedor y de verdad ver la cantidad de placas con nombres, fechas y escritos donde se especificaba el agradecimiento por el favor concedido, era grato. Hasta 2020, albergaba más de 26000 placas de agradecimientos por favores concedidos.

Muchos años pasaron y la devoción de mi familia hacia este gran hombre siguió arraigándose de la misma forma en todos nosotros. Tuve la oportunidad de visitar posteriormente en varias oportunidades este hermoso santuario y de verdad mi sentimiento por el Dr. José Gregorio Hernández, nunca disminuyó y mi admiración por él aumentó significativamente cuando comencé a conocer la trayectoria científica de este hombre a quien todos conocemos como el “médico de los pobres”.  Sus hazañas y proezas las llevó a cabo al  final del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX.  No hay duda al considerar al Dr. José Gregorio Hernández como uno de los venezolanos más importantes del siglo XX. Fue un gran médico, excelente docente e incansable investigador además de escritor y  pionero de la Medicina Experimental en Venezuela. Con él, podemos decir que comenzó la historia de la Microbiología en Venezuela.

El 19 de junio de 2020, todos los venezolanos escuchamos la noticia que transmitiera nuestro Cardenal Baltazar Porras, al comunicarnos la decisión del Papa Francisco de Beatificar al Dr. José Gregorio Hernández. Recordemos que en el año 1986, Su Santidad el Papa Juan Pablo II, declaró solemnemente sus virtudes heroicas, por lo cual se le otorgó el título de Venerable, antepenúltimo escalón en el camino de la santidad. El el 25 de septiembre de 2013, Su Santidad el Papa Francisco manifestó interés por la causa del Dr. José Gregorio Hernández y en enero de 2019 el Cardenal Baltazar Porras entregó en el Vaticano un expediente sobre un presunto milagro que el “médico de los pobres” había realizado a una niña en el Estado Apure. Al ser aceptado dicho milagro por las autoridades del Vaticano,  solo esperaríamos la decisión del Papa Francisco para su beatificación, como en efecto se logró.

En estos momentos ya hemos celebrado 155 años del nacimiento del Doctor José Gregorio Hernández, recordemos que Venezuela  ha esperado por más de 30 años para su canonización,  gracias a Dios ya estamos más cerca de tener al Dr. José Gregorio Hernández como próximo Santo para los venezolanos y el mundo. El Cardenal Baltazar Porras señaló que la exhumación de los restos del Dr. José Gregorio Hernández Cisneros se realizó el lunes 26 de octubre de 2020 como requisito previo a la beatiaficación que exige el Vaticano para constatar que allí están las osamentas del futuro Beato. Igualmente se verificó que todo coincide con el acta que se redactó tras la exhumación del año 1975. La ceremonia de beatificación se efectuó en abril del año 2021. El Cardenal Baltazar Porras, dijo al referirse sobre la beatificación del Dr. José Gregorio Hernández “llega en un momento particularmente  oportuno”, haciendo alusión a la pandemia de Covid-19  que ha dejado, solo en nuestro país, a más de 1500 muertos en estas últimas semanas. El Cardenal Porras fue uno de los que presidió la Ceremonia de Beatificación y pidió a los venezolanos adornar las entradas y ventanas de sus casas con la imagen de nuestro Beato para acompañarlo en esta celebración.

José Gregorio Hernández Cisneros nació el 26 de octubre de 1864 en Isnotú,  localidad que para la época era capital del Municipio Libertad del Distrito Betijoque, hoy en día Municipio Rafael Rangel del Estado Trujillo de la República Bolivariana de Venezuela, en la hermosa cordillera de los Andes, al occidente del país.

Fueron sus padres Benigno María Hernández Manzaneda de procedencia colombiana y Josefa Antonia Cisneros y Monsilla, descendiente de canarios. José Gregorio fue el segundo de seis hermanos,  María Isolina nace en mayo de 1863, falleciendo a los 7 meses, seguido por José Gregorio; en mayo de 1866 nació  María Isolina del Carmen, un año después, en septiembre de 1867, nació María Sofía; en agosto de 1869, César Benigno. El último hermano varón fue José Benjamín Benigno, quien nació en septiembre de 1870. Por último, en agosto de 1872 nació Josefa Antonia.

Pasó su infancia en Isnotú, enmarcada en los apacibles paisajes andinos en un hogar en el que recibió cariño, atención y muchas enseñanzas en el marco de un estricto cumplimiento de sus obligaciones y de las tareas encomendadas. Su madre mujer muy devota, se dedicaba a labores del hogar y la enseñó las primeras letras y principios religiosos que conservará y acrecentará durante toda su vida. Se refiere a su madre diciendo: “Mi madre que me amaba desde la cuna, me enseñó la virtud, me crió en la Ciencia de Dios y me puso por guía la santa caridad”. Mientras que su padre trabajaba en un almacén de su propiedad, donde comerciaba con mercancías secas, víveres además de medicamentos. Fue bautizado el 30 de enero de 1865 en el antiguo Templo Colonial de Escuque actualmente Iglesia Parroquial del Niño Jesús de Escuque por el padre Victoriano Briceño, siendo sus padrinos Tomás Lobo y Perpetua Enríquez. Dos años más tarde, el 6 de diciembre de 1867, fue Confirmado  en la iglesia de San Juan Bautista de Betijoque, por el Arzobispo Juan Hilario Boset, apadrinado por el Presbítero Francisco de Paula Moreno.

En 1872 muere su madre cuando su hijo tenía tan solo escasos ocho años, sin embargo mientras vivió supo inculcarle verdaderos valores religioso  que lo acompañarían durante toda su vida; José Gregorio quedó bajo los cuidados de su tía paterna María Luisa la cual continuaría con su educación y su  formación religiosa.

Desde la escuela primaria se notarían sus destrezas y su gran inteligencia. En su adolescencia se trasladó a la ciudad de Trujillo para efectuar sus estudios de bachillerato en el Colegio Federal de Varones, hoy Liceo Cristóbal Mendoza. Su  primer maestro, Pedro Celestino Sánchez  sugirió  a su padre que debía enviar a José Gregorio a continuar sus estudios en Caracas aprovechando estas excelentes  cualidades.

A los trece años de edad, José Gregorio hizo saber a su padre su deseo de estudiar la carrera de derecho, sin embargo, este le convenció para que estudiara medicina aceptando esta sugerencia. A partir de ese momento, tomó la medicina como su propia vocación, quizá porque veía en ella una manera de expresar su natural inclinación de ayudar a los demás.

Una vez en Caracas, inició sus estudios en el Colegio Villegas, uno de los más importantes de la época de la capital. Era un amante de la literatura, rasgo que lo caracterizó desde muy temprana edad, prefería la compañía de los libros que la de jugar con sus compañeros. Siempre obtuvo las mejores calificaciones siendo merecedor de distinciones, premios e incluso las medallas de aplicación y conducta. Sus conocimientos en aritmética le permitieron ser profesor de los alumnos del primer curso. En 1882 se graduó de Bachiller en Filosofía con diecisiete años de edad.

El 1 de septiembre de 1882, se inscribió en el primer año de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Central. Fue un alumno muy dedicado a sus estudios  aprobando todas sus materias con las más altas calificaciones.  El 19 de junio de 1888 se le otorgó el título de Bachiller en Ciencias Médicas y diez días después el 29 de junio, luego de la presentación de  un examen oral brillante, el jurado le confirió el grado de Doctor en Ciencias Médicas. Su tesis se relacionó sobre dos temas: La doctrina de Laennec que afirma que la existencia del tubérculo es factor suficiente para la constitución de la tuberculosis, revolucionaria teoría unitaria, frente a la escuela de Virchow, que sustenta la dualidad, según la cual la tuberculosis y la neumonía eran dos enfermedades distintas sin ninguna capacidad contagiosa. En segundo lugar, profundizaría en el tema de la Fiebre Tifoidea en Caracas, enfermedad observada en aquel tiempo en la Ciudad de Caracas y en el resto del país. Los temas escogidos para la presentación de su tesis muestran claramente lo que sería el futuro de su profesión médica; en todo momento, durante su ejercicio profesional y docente trabajó y enseñó todo lo  relacionado con las enfermedades bacterianas, tanto así que posteriormente fundó la Cátedra de Bacteriología en Venezuela.

En sus años de universidad, José Gregorio fortaleció su formación cristiana,  caracterizada por su gran devoción y  una  disciplina interior combinada con una caridad para con los demás cada vez mayor.

Al finalizar sus estudios José Gregorio, ya contaba con una importante instrucción teórica en el área médica, además dominaba el inglés, francés, portugués, alemán e italiano incluyendo  el latín, asimismo poseía conocimientos de hebreo, era filósofo, músico y tenía igualmente profundos conocimientos de teología.

En 1888, el Dr. Santos Dominici (1869-1954), rector de la Universidad, ofreció ayudarlo económicamente para montar un consultorio en Caracas, noble gesto que José Gregorio agradeció con estas palabras: “¡Cómo le agradezco su gesto, Dr. Dominici! Pero debo decirle que mi puesto no está aquí. Debo marcharme a mi pueblo. En Isnotú no hay médicos y mi puesto está allí, allí donde un día mi propia madre me pidió que volviera para que aliviara los dolores de las gentes humildes de nuestra tierra. Ahora que soy médico, me doy cuenta que mi puesto está allí entre los míos…”.

Su primera intención como recién graduado fue la de cumplir la promesa hecha a su madre, establecerse en su ciudad natal  con el deseo personal de ayudar a su prójimo.  Para ejercer su profesión instala un pequeño consultorio provisional y comienza su consulta privada de manera de obtener ingresos propios,  su fama como médico se va rápidamente extendiendo e igualmente su vocación de servicio a los más necesitados. Estuvo ejerciendo durante siete meses entre las poblaciones de Isnotú, Betijoque y poblados vecinos. Visitó Valera, Mucuchies y Mérida, estuvo en Colón, estado Táchira. Sin embargo, su aspiración  era viajar a París tenía necesidad de seguir aprendiendo, de continuar estudiando, indagando y buscando respuestas, en un proceso de aprendizaje que para él fue constante desde el comienzo de sus estudios.

Es interesante hacer notar los múltiples amigos con quien se relacionaba José Gregorio, entre ellos, tenemos a Santos Aníbal Dominici, quien fue médico egresado de la Universidad de Caracas en 1890, posteriormente se gradúa de doctor en Ciencias Médicas en la Universidad de París, fundador del Instituto Pasteur de Caracas y de la Cátedra de Clínica Médica, Rector de la Universidad Central (1899-1901), así mismo era considerado junto con Hernández del grupo de médicos que habían completado sus estudios en los centros científicos más avanzados de Europa especialmente en Francia, los llamados pertenecientes a la “Generación renovadora, responsable del renacimiento de la medicina en Venezuela”. En 1889, estando Hernández en París recibió a Dominici quien había decidido continuar sus estudios en Francia y le expuso sus proyectos de perfeccionamiento profesional.

Al mes siguiente después de su traslado a la región andina, desde Betijoque le escribe a su amigo Santos Dominici en Caracas: “(…)Mis enfermos todos se me han puestos buenos, aunque es tan difícil curar a la gente de aquí, porque hay que luchar con las preocupaciones(…) que tienen arraigadas: creen(…) en los remedios que se hacen diciendo palabras misteriosas: en suma;(…) La clínica es muy pobre: todo el mundo padece de disentería y de asma, quedando uno que otro enfermo con tuberculosis o reumatismo(…) La botica es pésima(...)”.

Ese mismo año, José Gregorio le escribe a su amigo desde su ciudad natal:   “Aquí he tenido varios enfermos, un caso de aborto del mes de julio y cuya hemorragia no había cesado; ya está fuera de peligro porque hace tres días que se suspendió el flujo (…) dos casos de disentería aguda, los cuales aunque han mejorado un poco no están bien todavía; un caso de tuberculosis (…) Para hacer tan poco tiempo que estoy aquí (…) me da esperanza de poder reunir dinero suficiente (…) Papá dice que él cree que haré más de tres mil pesos que pongo como cifra indispensable para poder estar algún tiempo en París”. Podemos apreciar en estas correspondencias la necesidad que José Gregorio tenía de superación personal así como también capacitarse aún más para seguir ayudando a sus pacientes, observándose igualmente la precaria situación de salud que tenían los pobladores de la zona donde Hernández se desenvolvía; Hernández  permaneció en Isnotú hasta el 30 de julio de 1889, luego de ejercer consecutivamente entre los tres estados andinos venezolanos.

Afortunadamente, Hernández escapa de su aislamiento y la rutina cuando es llamado a participar en el programa de modernización de la medicina.  El 31 de julio de 1889 regresando de San Cristóbal y Mérida para consultar sus intenciones con su padre, recibió una comunicación de su maestro, el Dr. Calixto González (1816-1900), Doctor en Ciencias Médicas de la Universidad Central (1841), donde decía que lo había recomendado al Presidente de la República Dr. Juan Pablo Rojas Paúl (1826-1905) para que fuera a París a perfeccionarse en  ciertas materias experimentales y así contribuir a la modernización de la medicina venezolana. González conocía la formación académica de José Gregorio y estaba convencido que reunía las condiciones para tan importante misión. por tal motivo debía trasladarse a Caracas sin pérdida de tiempo y estar dispuesto a seguir viaje a Europa. En ese tiempo, el 16 de agosto de 1888, el Dr. Rojas preocupado por la salud de la población venezolana, decreta la construcción de un  Hospital Nacional para hombres y mujeres que llevaría el nombre del insigne médico venezolano José María Vargas (1786-1854). Igualmente en la misma época, decidió enviar a París a un médico de la Universidad Central para estudiar Microscopía, Bacteriología, Histología normal y patológica y Fisiología experimental con el objeto de crear laboratorios en cada una de esas especialidades seleccionando al Dr. José Gregorio Hernández con la misión de adquirir, además de conocimientos, los equipos y materiales necesarios para la instalación de los nuevos laboratorios.

Hernández estudió dos años en Francia, ya para noviembre de 1889,  se encontraba cursando estudios en el laboratorio de Histología de Mathias-Marie Duval (1844-1907) en París. Durante dichos estudios, José Gregorio profundiza en las áreas de Microscopía, Histología normal y patológica, Bacteriología y Fisiología Experimental, entre otras. El programa de estudios contempló igualmente, una pasantía en el Laboratorio de Fisiología experimental del Profesor Charles Robert Richet (1850-1935), Profesor de esta disciplina en la Escuela de Medicina de París, y quien a su vez había sido colaborador de Étienne Jules Marey (1830-1904) y discípulo de Claude Bernard (1813-1878), biólogo teórico, médico y fisiólogo francés fundador de la  Medicina Experimental en Francia.

Richet fue premio Nobel de Medicina en 1913. Asimismo participó en su formación el eminente científico Isidore Straus (1845–1898), Profesor de Patología Experimental y Comparada de la Facultad de Medicina de París, discípulo de Pierre Paul Émile Roux (1853-1933) y Charles Chamberland (1851-1908) quienes lo fueron a la vez de Louis Pasteur (1822-1895), todos ellos precursores de la Bacteriología. Paralelamente a sus estudios por instrucciones del gobierno venezolano, le fue delegada la responsabilidad de adquirir con recursos del estado venezolano los materiales necesarios para instalar el Laboratorio de Fisiología Experimental de Caracas, así como la adquisición de la bibliografía que fuera necesaria para la apertura de las cátedras mencionadas en la Universidad Central. Finalizados sus estudios en París, solicita permiso y se traslada a Berlín para estudiar Histología y Anatomía patológica y seguir un nuevo curso de Bacteriología. Pasó por Madrid y asistió a clases con Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), médico español, especializado en histología y anatomía patológica quien compartió el premio Nobel de Medicina en 1906 con Bartolomeo Camillo Emilio Golgi (1843-1926) en reconocimiento de su trabajo sobre la estructura del sistema nervioso.

Hernández regresó a Venezuela en 1891 donde Raimundo Ignacio Andueza Palacio (1846-1900), Presidente de la República, decretó la creación de los estudios de Histología, Fisiología Experimental y Bacteriología en la Universidad Central de Caracas, a cargo de Hernández como catedrático y director, consolidando de esta forma la creación de la primera cátedra de Bacteriología en América, el 6 de noviembre de 1891. Hernández ingresó como Profesor en la Universidad comenzando su actividad como docente en las Cátedras de Histología Normal y Patológica, Fisiología Experimental y Bacteriología, convirtiéndose en el fundador de ambas; Sin lugar a dudas, por su contribución en este campo, el Dr. José Gregorio Hernández es considerado el padre de la Medicina Experimental venezolana.

Por otra parte  ocupó el cargo de director del respectivo laboratorio creado en la Universidad Central; igualmente, aprovechó para entregar valiosos equipos médicos y de laboratorio  al Hospital Vargas. A él se debe la introducción del microscopio en Venezuela para fines de la salud pública oficial, docencia e investigación. A partir de ese momento nació la Medicina Experimental en Venezuela y en América.

La Microbiología en Venezuela a finales del siglo XIX, había sido rezagada igualmente como la mayoría de las disciplinas médicas. En ese tiempo Venezuela perdía un tiempo valioso para seguir mejorando los diversos aspectos de salud, al enfrascarse en guerras fratricidas; es por ello que el conocimiento de esta disciplina era escaso para no decir nulo, solo se estudiaba con más ahínco en  instituciones de transitoria duración como lo fueron el Institutos Pasteur de Caracas y su homólogo en Maracaibo. Es con la labor de José Gregorio Hernández que se afianza la apertura hacia esta particular rama de la ciencia. Podemos decir que para 1891 Hernández fundó los estudios experimentales de forma científica. Su labor docente la desarrolló a base de lecciones explicativas con observación de los fenómenos vitales, experimentación sistematizada, prácticas de vivisección y pruebas de laboratorio. Con él se consiguió el surgimiento de la verdadera pedagogía científica.

Hernández fue uno de los 35 médicos de la época fundadores de la Academia Nacional de Medicina en junio de 1904, formando parte del  grupo convocado por  Luis Razetti (1862-1932) para tratar de actualizar la Medicina en nuestro país «Renacimiento de la medicina venezolana»; además de la Gaceta Médica de Caracas, una revista en la cual Hernández publicó resultados de sus investigaciones.

Hernández  fue un científico que no tenía temor al momento  de manifestar sus creencias y sobre todo su fe católica. Esto se vió reflejado en el debate que, en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del siglo XX, se produjo entre los seguidores del creacionismo y aquellos que seguían el evolucionismo. Quizá este debate sea el mayor ejemplo del desencuentro entre la ciencia y la religión. Obviamente que los científicos positivistas venezolanos (la filosofía positiva es un pensamiento científico que afirma que el conocimiento auténtico es el conocimiento científico y que tal conocimiento solamente puede surgir de la afirmación de las hipótesis a través del método científico), como los doctores Luis Razetti, Pablo Acosta Ortiz (1864-1914), Elías Toro (1871-1918), Andrés Herrera Vegas (1871-1948) y  Guillermo Delgado Palacios.  (1866-1931), van a defender la tesis evolucionista, quizá en su corriente más extrema, mientras que  Hernández será defensor del creacionismo; este debate tuvo lugar en la reciente fundada Academia Nacional de Medicina, entre los años 1904 y 1905. Hernández, frente a la insistencia de Razetti, que deseaba que la Academia de Medicina tomará postura en el tema, le contestó simple pero categóricamente: “Hay dos opiniones usadas para explicar la aparición de los seres vivos en el universo: Creacionismo y Evolucionismo. Yo soy creacionista”. Debemos decir que José Gregorio Hernández fue un científico y fue un creyente, que supo manejar con humildad, sinceridad, con una ferviente fe y con sus acciones, ambos lados de su pensamiento.

El 14 de septiembre de 1909 es nombrado profesor de la cátedra de Anatomía Patológica Práctica, la misma funcionó anexa al Laboratorio del Hospital Vargas, y de la cual se encargó hasta la creación de la cátedra de Anatomía Patológica de la Universidad Central, con asiento en el Instituto Anatómico, y que fue dirigida en 1911 por el doctor Felipe Guevara Rojas (1878-1916). Asumió la jefatura del Laboratorio del Hospital Vargas tras la muerte de Rafael Rangel (1877-1909).

Uno de los legados indiscutibles  de Hernández fue el haber sido fundador de la cátedra de Bacteriología, la primera de esta disciplina que se fundó en América, y la primera persona en Venezuela en publicar un trabajo de dicha disciplina el cual tituló “Elementos de Bacteriología”, publicado en 1906.

Hernández fue quien  introduce el microscopio  en nuestro país para su uso generalizado para el estudio de la Microbiología además de la enseñanza de su cuidado  y manejo.

Hernández es considerado  un verdadero pionero de la docencia científica y pedagógica en Venezuela. Dictaba clases magistrales donde incluía la observación, experimentación y exámenes de laboratorio. Coloreaba y cultivaba microorganismos y dio a conocer la teoría celular de Rudolf Ludwig Karl Virchow (1821-1902) quien fue pionero del concepto moderno del proceso patológico, en la que explicaba los efectos de las enfermedades en los órganos y tejidos del cuerpo, enfatizando que las enfermedades surgen no en los órganos o tejidos en general, sino de forma primaria en células individuales que sostiene la dualidad, según la cual la tuberculosis y la neumonía eran dos enfermedades distintas sin ninguna capacidad contagiosa. Igualmente Hernández manejaba con extraordinaria habilidad y conociendo profundo la física, la química y las matemáticas lo cual le ayudaba durante su enseñanza. En la Facultad de Medicina, tuvo la responsabilidad de actualizar las ciencias médicas con proyectos innovadores. Siempre gozó de la estimación y el respeto de profesores y estudiantes tanto en la Universidad Central como del Hospital Vargas. Formó una escuela de investigadores, quienes desempeñaron un papel importantísimo en la medicina venezolana. Discípulos de Hernández fueron, entre otros, el doctor Jesús Rafael Rísquez (1883-1947), quien fue su sucesor en la cátedra de Bacteriología y Parasitología, y Rafael Rangel, considerado como el fundador de la parasitología venezolana.

En agosto de 1912, el Ministerio de Instrucción Pública creó la rama de la Parasitología y la incorporó a la Cátedra de Hernández, inmediatamente se dirigió al  General Juan Vicente Gómez Chacón (1857-1935) Presidente de la República, para proponerle la creación de un Instituto de Bacteriología y Parasitología explicándole la importancia para los estudios médicos de nuestro país y la contribución al estudio de las enfermedades tropicales.  Desafortunadamente un mes después, la Universidad Central es cerrada por varios años; para 1914 se decretó la libertad de enseñanza y se inician los cursos privados de Medicina. Dos años más tarde se restableció oficialmente la enseñanza, se reglamenta la Escuela de Medicina, se amplía el Instituto Anatómico y desde esa fecha Bacteriología y Parasitología formaban una misma asignatura. Hernández tenía a su cargo tres Cátedras, la de Histología en primer año, Fisiología en segundo año y Bacteriología y Parasitología en tercer año.

Entre sus publicaciones encontramos su trabajo sobre “la angina de pecho de naturaleza paludosa”, publicada en la Gaceta Médica en 1893. Escrito conjuntamente con Nicanor Guardia, basándose en sus estudios acerca de la materia en un libro titulado “Sobre la angina de pecho de naturaleza paludosa”. Para esta publicación utilizó sus estudios realizados en la Facultad de Medicina de Madrid, los cuales consistieron en la observación de tres casos, cuyas causas creyeron haber dilucidado y que les sirvió de base para el estudio de una enfermedad poco conocida y escasamente estudiada para aquel entonces.

Fueron pocos los trabajos científicos que publicó Hernández, podemos decir que esto se debió a que estuvo orientado a profundizar en el verdadero concepto de la Medicina en nuestro país, fue un hombre que definitivamente se dedicó a dos aspectos importantísimos en el campo médico, uno el de enseñar, fue un extraordinario docente, y otro aspecto que no debemos olvidar, siempre pensó en sanar a sus pacientes. Tenía clara su función primordial, al respecto, como docente encaminó a Rafael Rangel quien  dedicó su vida a la investigación.

Además de 11 trabajos científicos publicados y dos que quedaron inéditos, escribió cinco obras literarias. Sólo una de ellas, “La verdadera enfermedad de Santa Teresa de Jesús” escrita en 1907, quedó inconclusa; las demás, El Sr. Nicanor Guardia (1893), Visión de arte (1912), En un vagón (1912) en el que argumenta sobre el libre albedrio y Los Maitines (1912), donde hace referencia a La Cartuja, una graciosa fantasía literaria. Otra de la obras de Hernández fue  Elementos de filosofía (1912), donde explica la relación entre ética y estética y pone en evidencia su conocimiento de momentos fundamentales de la filosofía en Occidente, de manera especial de la filosofía griega y de la filosofía cristiana de la Edad Media. En esta obra presenta  una concepción  sobre el origen del mundo y las especies, muestra la doctrina creacionista y el evolucionismo, fundamento de la teoría de la descendencia.

Sus obras fueron publicadas en el Cojo Ilustrado, igualmente, sus cartas inéditas de su juventud, además de sus ensayos filosóficos; todas ellas muestran una  faceta de escritor, de merecido elogio, en la vida de Hernández.

Su labor docente fue interrumpida en dos ocasiones. La primera, cuando decidió hacerse religioso y entrar en el monasterio de la orden de San Bruno en La Cartuja de Farnetta en Italia, por lo que envía una carta al entonces presidente de la Academia Nacional de Medicina, a lo que Razetti le responde: “Señor Doctor José Gregorio Hernández: Honorable Colega, considerada por esta Academia la renuncia de miembro de ella, que usted se ha servido enviarle con fecha 18 de los corrientes, tengo la honra de decirle que la Academia no la ha aceptado porque considera que el cargo de Miembro de una Academia no es renunciable. Soy de usted seguro servidor y colega”.

El 16 de julio de 1908. Ingresó al convento de la Cartuja con el nombre de Fray Marcelo, pero el duro trabajo físico le fue insoportable y nueve meses después de su ingreso, enferma de tal manera que el Padre Superior dispone su regreso a Venezuela para su recuperación. A los diez meses el 21 de abril de 1909 regresó a Venezuela, reincorporándose en mayo de ese mismo año a sus actividades académicas en la Universidad, contaba con 43 años. En 1913 hizo un nuevo intento de ser sacerdote esta vez en el Colegio Pío Latinoamericano de Roma. Italia. Se enfermó y fracasó nuevamente en esa empresa. Hernández siempre tuvo  como meta combinar su profesión médica con el sacerdocio.

En su escrito “Los Maitines”, se nos presenta como un docto escritor en la alborada de la Cartuja cuando nos dice: “(…)cabe el vecino riachuelo las ranas entonan el triste canto, su sola protesta contra aquella espesa medianoche sin luna(…) y más adelante (…) los cipreses y los mirtos se levantan orgullosos hasta el nivel de la torre del convento, y se entremezclan con las columnas del silencioso claustro (…)”. Luis Razetti (1862-1932) expresó para ese entonces: “nadie tiene derecho a censurar el acto, pero todos debemos lamentar su extrema decisión, porque sustrae a nuestra actividad social un elemento útil, separa de la masa general de la nación una parte noble, apaga en la Universidad una luz y resta una inteligencia en el concierto de las actividades científicas”.

El afecto que el Dr. Hernández siente por su familia es manifestado en muchas ocasiones en sus cartas, como en aquella escrita desde Puerto Cabello a su hermano César el 6 de junio de 1908, cuando decide irse la Cartuja, “Tú comprendes lo dolorosa que es para mí esta separación de mi familia, a quien quiero entrañablemente (...)”, luego desde la Cartuja de Farnetta el 18 de noviembre, dice sentir por su familia ”(…) el cariño más grande que se puede tener en este mundo (…)

A partir del 1 de octubre de 1912,  el gobierno dictatorial del general Juan Vicente Gómez decretó el cierre de la Universidad, ya que esta se había situado en contra de su régimen. Fue en esa ocasión que por segunda vez que interrumpió sus actividades docentes. Posteriormente entre los años 1914 y 1915 dictó clases de Medicina en forma privada y sin remuneración alguna en el Colegio Villavicencio. Solo para enero de 1916 restableció su actividad docente tras la fundación de la Escuela de Medicina Oficial, que funcionó en el Instituto Anatómico.

En 1917 viajó a las ciudades de Nueva York y Madrid para realizar estudios, quedando provisionalmente a cargo de sus cátedras el doctor Domingo Luciani (1886-1979). De regreso a Venezuela continuó su actividad docente el 30 de enero de 1918 y se convierte en el primer profesor en enseñar a los alumnos la toma de la tensión arterial. Su actividad  docente fue muy amplia, Hernández dictó 21 cursos universitarios más dos prácticos de una duración de un año cada uno, este trabajo lo alternaba con el ejercicio privado de la Medicina en su consultorio localizado en su propia casa, lo que según datos estadísticos, le permitió recabar unas 7000 historias médicas. Esta actividad la realizó  hasta el día de su trágico y mortal accidente.

El domingo 29 de Junio de 1919; día de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo, y aniversario de graduación de médico de José Gregorio Hernández, a eso de las 2:20 de la tarde, salía de la botica situada en la esquina de Amadores y Uparal en el centro de Caracas en la Pastora, pueblo integrado hoy a Caracas, intentaba cruzar la calle con los medicamentos que acababa de comprar para llevarlos a una enferma de escasos recursos, pero además hay otro dato que podríamos agregar a su presurosa salida de la botica: momentos antes, al entrar en la botica,  Hernández fue requerido para atender un niño herido, que se había caído de una ventana de un balconcito. Un automóvil conducido por Fernando Bustamante (1894-1981) un joven mecánico de 28 años de edad quien hacía apenas trece días antes había recibido el título para conducir de las autoridades competentes y dueño de un vehículo Hudson Essex de 1918, intentó rebasar el tranvía nº 27 de La Pastora, atropellando a Hernández de lado con el guardafangos. Hernández cayó golpeándose la cabeza contra el filo de la acera, sólo tuvo tiempo de decir «Virgen Santísima«, antes de quedar inmóvil en la calle con una fractura de la base del cráneo y lesiones que destruyeron el tallo cerebral y el cerebelo. Fue atendido en el Hospital Vargas, donde falleció. El sacerdote que había dado la noticia de la muerte al señor Bustamante, fue el presbítero Tomás García Pompa, Capellán del hospital y el que le administró en ese momento el Sacramento de Extremaunción.

Luis Razetti señaló: “Creía que la medicina era un sacerdocio, el sacerdocio del dolor humano y siempre tuvo una sonrisa desdeñosa para la envidia y una caritativa tolerancia para el error ajeno. Fundó su reputación sobre inconmovible pedestal de su ciencia, de su pericia, de su honradez y de su infinita abnegación. Por su prestigio social no tuvo límites y su muerte es una catástrofe para la Patria”.

Mons. Pedro Pablo Tenreiro (1900-1983) “José Gregorio Hernández fue un varón justo o para ser más preciso fue un santo; por eso su recuerdo quedó esculpido con caracteres de luz y fuego en la mente de los que fueron ayer y vive hoy, en la admiración de los venezolanos. Perdurará, como astro refulgente en el cielo de la Patria, para ejemplo de los que nos habrán de sobrevivir y serán la Venezuela del mañana”.

Santos Dominici refiere: “…era un aristócrata, no tanto porque descendiese en línea recta de hidalgos de solar conocido y empenachado blasón desde el décimo siglo, sino porque lo era en sus gustos, preferencias y hábitos”.

Ante la tumba, Francisco Antonio Rísquez dice: “¿Qué luces de rarísimos fulgores brotaban de aquel cerebro, en este campo intelectual de suyo tan brillante, para que yo mismo, apenas apareció en el terreno científico le apellidase sin hipérbole “el sabio casi niño”? ¿Qué chispa ultra terrena encendió en aquel cuerpo a un mismo tiempo, el cirio de la Fe Suprema, y la antorcha de la Ciencia Soberana, hasta ofrecer a la admiración de todos un arquetipo de filósofo creyente?

Los restos del Dr. José Gregorio Hernández reposan en la iglesia parroquial de La Candelaria de la ciudad de Caracas, después de permanecer por mucho tiempo en el Cementerio General del Sur.

Hoy podemos decir que el nombre de este médico venezolano no ha quedado en el olvido, son varias las instituciones que llevan su nombre como epónimo y estamos seguros que este número aumentará en el transcurso de los años venideros, entre otros, los situados en Caracas y en muchos de los estados  venezolanos:

  1. El Hospital Cardiológico José Gregorio Hernández, ubicado en la Parroquia de San José.
  2. El Hospital General José Gregorio Hernández, situado en Los Magallanes de Catia.
  3. El Instituto de Medicina Experimental Dr. José Gregorio Hernández, en la Ciudad Universitaria de Caracas.
  4. La Unidad Urológica José Gregorio Hernández, situado en Guatire, Edo. Miranda.
  5. El Hospital José Gregorio Hernández, situado en Puerto Ayacucho, Edo. Amazonas.
  6. Centro Ambulatorio Dr. José Gregorio Hernández, San Félix – Edo Bolívar
  7. El Hospital José Gregorio Hernández, situado en Trujillo, Edo. Trujillo.
  8. Universidad José Gregorio Hernández en Maracaibo, Edo. Zulia
  9. Hospital Materno Infantil Dr. José Gregorio Hernández «IVSS» ubicado en Acarigua, Edo. Portuguesa.
  10. Unidad Educativa Nacional Doctor José Gregorio Hernández, Situado En El Edo-Miranda Los Teques Vía San Pedro.
  11. Unidad Educativa José Gregorio Hernández, situada en el Edo-Lara, Barquisimeto Calle 30 entre Av. Venezuela y Carrera 30.
  12. Unidad Educativa Dr. José Gregorio Hernández situada en el Estado Táchira, Municipio Samuel Darío Maldonado parroquia Hernández.
  13. Comunidad José Gregorio Hernández, situada en Los Teques Edo. Miranda Municipio Carrizal.
  14. Consultorio Médico Popular «Dr. José Gregorio Hernández», situado la localidad de «La Mapora» en la ciudad de San Carlos del Estado Cojedes.
  15. Hospital Pediátrico Dr. José Gregorio Hernández, situado en el municipio San Diego en el Estado Carabobo.
  16. Hospital de Clínicas Dr. José Gregorio Hernández y Clínica Dr. José Gregorio Hernández en Guanare, Estado Portuguesa.

Adicionalmente el gobierno venezolano creó en el 2007,  la Misión José Gregorio Hernández para atender a personas con discapacidades.

Como dije al principio, “¿quién no conoce al Dr. José Gregorio Hernández?”, es parte de nosotros, jugó un papel preponderante en la Ciencia venezolana, y sobre todo en la Microbiología, además fue un hombre que mereció, merece y merecerá nuestro respeto y alguien que merece ser imitado desde todos los aspectos en que lo consideremos. Se ha ganado, un pedestal en el mundo microscópico así como también en el mundo espiritual.

REFERENCIAS

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Biografía elaborada por

Axel Rodolfo Santiago Stürup

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